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Julieta Cardona

18/01/2014 - 12:00 am

Dejar de ser niño

«Yo solo quería ver las caricaturas toda la mañana, pero me obligaron a salir a creer en algo que no existe». —@ciervovulnerado   Este texto es para recordarme —y con suerte recordarles—lo precioso de la niñez.

«Yo solo quería ver las caricaturas toda la mañana, pero me obligaron a salir a creer en algo que no existe».

—@ciervovulnerado

 

Este texto es para recordarme —y con suerte recordarles—lo precioso de la niñez.

Les platico que decidí escribir sobre la infancia porque cuando paso más de dos minutos con mis hermanos pequeños (Emiliano y Valentina) se me pone bien rojo el corazón; al verlos riendo sin parar siendo tan brutalmente honestos y preciosos, me da por pensar que yo también me vi así y me gusta tanto esa versión de mí que, de pronto, me quedo pegada al pasado columpiándome en mi niñez. Y se siente bien. Se siente jodidamente bien.

Aunque no mentiré, también decidí el tema porque me entró una avalancha de recuerdos cuando olí el Clamoxín que me encargaron darle a Valentina; ya saben, esa bendita mancuerna de los sentidos con la memoria. De pronto ahí estaba yo de niña abriendo la boca porque el antibiótico y la maldita gripe. Perdóname, madre, por cambiar el Clamoxín en polvo por vino en tetra pak.

Repetiré que soy una tipa con suerte desde que nací, pues la única preocupación que tuve en mi infancia fue ser sobresaliente en temas escolares —y ni eso porque me la creía cuando me decían que era muy “listilla”: “Tú eres muy lista, mija, más lista que cualquiera” y voilà—, entonces, mejor dicho: mi única preocupación fue, hablando en serio, encontrar el mejor lugar para ocultarme en el juego de las escondidillas. Me era muy difícil encontrar un buen lugar y mis contrincantes eran tan buenos que cuando por fin encontré un gran escondite (entre la base de la cama y el colchón, un escondite inigualable), no me encontraron, se olvidaron de mí y volvieron a empezar el juego; luego me preocupé porque si me crecían los senos, significaba que dejaba de ser niña (y a mí me encantaba serlo), pero ahí la cosa fue graciosa porque nunca me crecieron mucho y, años más tarde, la preocupación fue justamente esa, pero ese es otro tema. Como verán, desde pequeña he sido de embrollos tipo Mr. Bean, jo.

Platicar con mis hermanitos es una cosa dulce, en serio (de ahí me remonté a mis preocupaciones de la infancia). Resulta que mi auto tiene un nombre, se llama “Justine”; esto lo saben mis allegados y, por supuesto, Emiliano y Valentina. Íbamos camino a la papelería y me preguntaron que qué significaba “Justine” en español y les dije que “Justina”. De pronto Emiliano:

—O sea que Justin Bieber en español es Justina Bebé—. Él está aprendiendo inglés y me hizo soltar la carcajada más grande en lo que va del año. Le dije que sí (porque es algo así, de hecho aún no se sabe si Justin Bieber es hombre).

Luego empezamos a hablar sobre ser niño. Valentina dijo que no se sentía bien ser niña porque la regañaban. Emiliano dijo que era bonito porque le regalaban muchas cosas. Valentina dijo que el día más feliz de su vida había sido el día que se la pasó jugando en los toboganes de un hotel en Cancún. Emiliano dijo que cuando le regalaron el PlayStation 4. Valentina dijo que el día más triste de su vida fue cuando… en eso Emiliano la interrumpió y dijo que el de él fue cuando regalaron a su perrito Aquiles. Luego Valentina dijo que el de ella también.

Casi me los como a besos. En un mundo en donde ser un niño feliz es un lujo, me sentí bendita (como la mancuerna de los sentidos con la memoria) porque ellos son felices y porque yo fui una niña con suerte que siempre tuvo más de lo que necesitó. Como dice mi tía la sabia: “Los padres nos dan lo que tienen y nosotros tomamos lo que necesitamos”. Y tal vez yo tomé de más.

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